martes, 28 de julio de 2009

CONSERVACION DE LA INTEGRIDAD Y VALORES ÉTICOS


Por otro lado, téngase en cuenta, que no estamos diciendo que nos despreocupemos de los problemas, que nos abandonemos. Lo que estamos comprometidos en el tema del Control Interno no nos angustiamos con los problemas, pues ellos están para ser solucionados, mas tiene que ser con otro tipo de actitud y programación, con una positiva y optimista, de usar los instrumentos con que contamos para poder superarlos. En la obra de Robert Greene: “Las 33 Estrategias de la Guerra”, en la historia que cuenta relativo a que “En la confusión de los hechos, no pierdas tu presencia de ánimo”, nos relata sobre conservar nuestra fuerza de ánimo:

“Al calor de la batalla (de los dificultades de la vida), la mente tiende a perder su equilibrio. Demasiadas cosas te confrontan al mismo tiempo: reveses inesperados, dudas y críticas de tus propios aliados (del círculo que te rodea). Corres el riesgo de reaccionar emocionalmente, con temor, depresión o frustración. Es vital que conserves tu presencia de ánimo, manteniendo tus facultades mentales en todas circunstancias. Debes resistir activamente el impulso emocional del momento; permanecer decidido, seguro y agresivo sin importar lo que te afecte. Fortalece tu mente exponiéndola a la adversidad. Aprende a distanciarte del caos del campo de batalla. Deja que los demás pierdan la cabeza, tu presencia de ánimo te librará de su influencia y te mantendrá en marcha”.
(…)
“Elimina sensaciones de pánico concentrándote en tareas simples. Lord Yamanouchi, aristócrata japonés del siglo XVIII, le pidió una vez a su maestro de té que lo acompañara a una visita a Edo (hoy Tokio), donde permanecería una temporada. Quería alardear a los demás cortesanos de la habilidad de su servidor en los rituales de la ceremonia del té. Ahora bien, el maestro del té sabía todo lo que había que saber acerca de la ceremonia del té, pero poco más; era un hombre apacible. Se vestía, sin embargo, como samurai, como lo demandaba su alta posición”.
“Un día, mientras el maestro del té paseaba por la gran ciudad, fue abordado por un samurai que lo retó a duelo. El maestro del té no era espadachín e intentó explicárselo al samurai, pero éste se negó a escuchar. Rechazar el desafío deshonraría tanto a la familia del maestro del te como a Lord Yamanouchi. Tenía que aceptar, aunque eso significara una muerte segura. Y aceptó, solicitando únicamente que el duelo se aplazara para el día siguiente. Su deseo fue concedido”.
“Aterrado, el maestro del té se precipitó a la más cercana escuela de esgrima. Si iba a morir, quería aprender hacerlo honorablemente. Ver al maestro de esgrima implicaba de ordinario cartas de presentación, pero el maestro del té fue tan insistente, y era tan notorio que estaba asustado, que se le otorgó al menos una entrevista. El maestro de esgrima escuchó su caso”.
“El espadachín fue compasivo: le enseñaría al pobre visitante el arte de morir, pero antes quiso que le sirviera un poco de té. El maestro de té procedió a ejecutar el ritual, sereno el porte, perfecta la concentración. Finalmente, el maestro de esgrima exclamó entusiasmado: “¡No es necesario que usted aprenda el arte de la muerte!. El estado de ánimo en que se encuentra ahora es suficiente para que enfrente a cualquier samurai. Cuando vea a su retador, imagine que está a punto de servir té a su huésped. Quítese el abrigo, dóblelo con cuidado y deje su abanico sobre él justo como lo hace cuando trabaja”. Completado este ritual, el maestro de té debía elevar su espada con igual espíritu alerta. Entonces estaría listo para morir”.
“El maestro de té estuvo de acuerdo en hacer lo que su maestro le había dicho. Al día siguiente fue a encontrarse con el samurai, quien no pudo sino advertir la expresión extremadamente tranquila y digna en el rostro de su adversario mientras este se quitaba el abrigo. “Tal vez”, pensó el samurai, “este torpe maestro es en realidad un hábil espadachín”. Hizo una reverencia, pidió perdón por su conducta del día anterior y se marchó a toda prisa”.
“Cuando las circunstancias nos atemorizan, nuestra imaginación tiende a imponerse, llenando nuestra mente de interminables angustias. Debes obtener el control de tu imaginación, algo más fácil de decir que de hacer. Con frecuencia el mejor medio para serenarte y conseguir ese control es forzar a tu mente a concentrarte en algo relativamente simple: un ritual apaciguador, una tarea repetitiva en la que eres bueno. Crea así el tipo de serenidad que naturalmente posees cuando tu mente se sumerja en un problema. Una mente concentrada no deja margen a la angustia ni a los efectos de una imaginación desbordada. Una vez recuperado tu equilibrio mental, podrás encarar el problema en cuestión. Al primer indicio de cualquier tipo de temor, practica esta técnica hasta que se vuelva hábito. Poder controlar tu imaginación en momentos intensos es una habilidad crucial”.
“No te intimides. La intimidación amenazará siempre tu presencia de ánimo. Y es una sensación difícil de combatir”.